Page 133 - 14 ENRIQUE IV--WILLIAM SHAKESPEARE
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               Enrique IV                             donde los libros son gratis



                                      ESCENA II


                                  LONDRES- Una calle.
                 (Entran Sir John Falstaff, seguido de un pequeño paje que lleva su
                                    espada y su escudo)



               FALSTAFF.- Hola, gigante! Qué dice el doctor de mis aguas?
               PAJE.- Dice, señor, que las aguas en sí mismas, son aguas buenas y
               sanas; pero que la persona a quien pertenecen puede tener más
               enfermedades que las que supone.
               FALSTAFF.- Gentes de toda especie hacen ostentación de mofarse de
               mí. El cerebro de ese estúpido compuesto de barro, el hombre, no es
               capaz de concebir nada que sea gracioso, sino lo que yo invento o lo
               que se inventa sobre mí. No solo soy espiritual por mí mismo, sino
               también la causa de que los otros hombres tengan espíritu... Andando
               así delante de ti, parezco una marrana que ha aplastado todos sus
               hijuelos menos uno. Si el príncipe te ha puesto a mi servicio con otro
               objeto que de servirme de contraste, confieso que no tengo criterio.
               Especie de bastardo de mandrágora, estarías mejor en mi sombrero
               como penacho que a mis talones como lacayo. Hasta ahora, nunca me
               vi en posesión de una ágata; pero no te engastará ni en oro, ni en
               plata, sino en vil metal y te devolverá a tu patrón, como una joya; sí, a
               tu patrón, el príncipe, ese jovenzuelo cuya barba no ha pelechado aún.
               Antes tendré barba en la palma de la mano que, él un pelo en la
               mejilla. Y sin embargo, no tiene escrúpulo en decir que su cara, es una
               cara-real. Dios la acabará cuando quiera, que lo que es un pelo de más
               no lo tiene. Puede conservarla como una cara-real; pero un barbero no
               daría seis peniques por ella. Y sin embargo, pretende gallear, como si
               hubiera sido ya hombre hecho, cuando su padre era aun un
               jovenzuelo! Puede conservar cuanto quiera su propia gracia, que lo

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