Page 143 - 14 ENRIQUE IV--WILLIAM SHAKESPEARE
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               Enrique IV                             donde los libros son gratis

               que, tal como estamos, somos un cuerpo bastante fuerte para igualar al
               del rey.
               BARDOLPH.- Cómo? El rey no tiene más que veinticinco mil
               hombres?
               HASTINGS.- Contra nosotros, no más; ni aun tantos, lord Bardolph,
               porque su ejército, en estos tiempos de tumulto, está dividido en tres
               cuerpos: uno contra los franceses y el otro contra Glendower. Por
               fuerza, tiene que oponernos el tercero. Así, el débil monarca se ve
               obligado a dividirse en tres y sus cofres resuenan con el hueco sonido
               de la pobreza y el vacío.
               ARZOBISPO.- No es de temer que reúna en un solo ejército sus
               fuerzas divididas y que caiga sobre nosotros con todo el peso de su
               poder.
               HASTINGS.- Si así lo hace, deja sus espaldas sin defensa, con los
               franceses y los galenses ladrando a sus talones. No lo temáis.
               BARDOLPH.- Quién, según parece, debe dirigir las fuerzas contra
               nosotros?
               HASTINGS.- El duque de Lancaster y Westmoreland; contra el
               Galense, él mismo y Harry Monmouth; pero no tengo noticias ciertas
               sobre el jefe que opone a los franceses.
               ARZOBISPO.- Adelante, pues y hagamos públicos los motivos de
               nuestro levantamiento. El pueblo está enfermo de su propia elección;
               su amor, demasiado ávido, se ha hartado. Vertiginosa o insegura
               habitación tiene aquel que edifica sobre el corazón de la plebe. Oh
               estúpida multitud, qué aturdidoras aclamaciones lanzabas al cielo
               bendiciendo a Bolingbroke, antes que fuera lo que tú querías que
               fuese! Y ahora que estás satisfecho en tus propios deseos, tú, bestial
               glotón, estás tan harto de él, que te esfuerzas por vomitarlo. Así, así,
               bestia asquerosa, vomitaste de tu insaciable estómago al real Ricardo.
               Y ahora querrías comer a aquel que arrojaste y le llamas con tus
               alaridos? Qué hay de seguro en estos tiempos? Aquellos que, cuando
               Ricardo vivía, querían su muerte, están ahora enamorados de su

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