Page 187 - 14 ENRIQUE IV--WILLIAM SHAKESPEARE
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               Enrique IV                             donde los libros son gratis

               WESTMORELAND.- Oh! mi buen lord Mowbray, apreciad los
               tiempos según sus necesidades y entonces diréis en verdad que es el
               tiempo y no el rey, que causa vuestro daño. En cuanto a vos, sin
               embargo, paréceme que ni el rey ni el tiempo presente, no os han dado
               una pulgada de terreno legítimo para fundar vuestras quejas. No
               habéis sido reintegrado en todos los feudos del duque de Norfolk,
               vuestro noble padre de respetada memoria?
               MOWBRAY.- Qué había perdido en su honor mi padre, que fuera
               necesario hacer revivir y reanimar en mí? El rey, que le amaba, se vio
               obligado, compelido por la razón de Estado, a desterrarle. Luego,
               cuando Enrique Bolingbroke y él, ambos montados y rígidos sobre la
               silla, relinchando los caballos y provocando la espuela, las lanzas en
               ristre y la visera calada, los ojos arrojando llamas por entre los
               intersticios del acero y la sonora trompeta impeliéndolos el uno contra
               el otro, en el momento, en el momento mismo en que nada podía
               proteger el pecho de Bolingbroke contra la lanza de mi padre, el rey
               arrojó su bastón a tierra. Al mismo tiempo arrojó con él su vida, así
               como la de todos aquellos que, por sentencias o bajo el golpe de la
               espada, han sucumbido más tarde bajo Bolingbroke.
               WESTMORELAND.- Habláis, lord Mowbray, de lo que ignoráis; era
               entonces el conde de Hereford reputado en Inglaterra como el
               caballero más valiente. Quién puede decir a cuál de entre ellos habría
               sonreído la fortuna? Pero, si aun vuestro padre hubiera sido victorioso
               allí, no habría salido vivo de Coventry, porque todo el país
               unánimemente le odiaba y todas sus oraciones y todo su amor, iban a
               Hereford, a quien mimaban y bendecían más que al rey, adornándole
               de todas las gracias... Pero es ésta una mera digresión que me aparta
               de mi propósito. Vengo aquí en nombre del príncipe, nuestro general,
               a conocer vuestras quejas, a deciros de parte de Su Gracia, que
               consiente en daros audiencia; allí, todas vuestras reclamaciones que
               parezcan justas, serán atendidas; todo se desvanecerá de lo que pueda
               haceros aparecer como enemigos.

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