Page 182 - 14 ENRIQUE IV--WILLIAM SHAKESPEARE
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               William Shakespeare                    donde los libros son gratis

               BARDOLFO.- Toma, Verruga. Apunten! Así, así.
               FALSTAFF.- Vamos, manéjame ese arcabuz. Así; muy bien; vamos;
               bueno, bueno; excelente. Oh, dadme siempre un tirador pequeño,
               descarnado, viejo, huesoso, pelado. Perfectamente, Verruga; eres un
               buen chico; toma, aquí tienes seis peniques, para ti.
               TRIVIAL.- No domina bien ese arte, no lo hace como es debido. Me
               acuerdo que en el prado de Mile-End (cuando estaba en el colegio de
               San Clemente) yo hacía entonces el papel de Sir Dagonet en la
               pantomima de Arturo, había un diablillo de muchacho que os
               manejaba el arma así, moviéndose para acá, para allá, para adelante,
               para atrás. Ra! ta! ta! chillaba y luego Bounce! y partía de nuevo y
               volvía. Nunca veré un demonio semejante.
               FALSTAFF.- Estos muchachos servirán, maese Trivial. Dios os
               guarde, maese Silencio. No usaré muchas palabras con vosotros.
               Quedad con Dios ambos, señores. Tengo que hacer una docena de
               millas esta noche. Bardolfo, dad el uniforme a estos soldados.
               TRIVIAL.- Sir John, el cielo os bendiga, haga prósperos vuestros
               negocios y nos envíe la paz! A vuestro regreso, visitad mi casa;
               renovaremos nuestra vieja relación. Quizá vaya con vos a la Corte.
               FALSTAFF.- Mucho me alegraría, maese Trivial.
               TRIVIAL.- Vamos, he dicho. Adiós.
                   (Salen Trivial y Silencio)
               FALSTAFF.- Adiós, gentiles caballeros. Adelante, Bardolfo; llévate
               esos hombres. (Salen Bardolfo, reclutas, etc.) A mi vuelta, sondearé
               estos jueces de paz; veo ya el fondo del juez Trivial. Señor, señor,
               cuan sujetos estamos nosotros los viejos a ese vicio de la mentira! Este
               hambriento juez de paz no ha hecho más que charlar sobre las
               extravagancias de su juventud y las hazañas que llevó a cabo en
               Turnbull-Street; cada tres palabras, una mentira, tributo al auditor,
               pagado con más exactitud que el del Gran Turco. Le recuerdo en San
               Clemente, como una de esas figuras hechas después de comer con las
               cortezas del queso. Cuando estaba desnudo, era, para todo el mundo.

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