Page 43 - A orillas del río Piedra me senté y lloré
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— Qué ejemplo tan horrible—dijo él.
                         Era realmente un ejemplo horrible, que no combinaba con el vino ni con
                  la fuente ni con las casas medievales que rodeaban la pequeña plaza. Pero era
                  verdad. Si él había dado tantos pasos por culpa del amor, necesitaba conocer
                  los riesgos.

                         — Por eso, sólo debemos amar a quien podemos tener cerca —concluí.

                         Él se quedó un largo rato mirando la niebla. Parecía que ya no volvería a
                  pedir que navegásemos por las peligrosas aguas de una conversación sobre el
                  amor. Yo estaba actuando con dureza, pero no había alternativa.
                         «Cerramos el asunto», pensé. La convivencia de tres días —y encima
                  viéndome usar la misma ropa todo el tiempo— fue suficiente para hacerle cam-
                  biar de idea. Mi orgullo de mujer se sintió herido, pero mi corazón latió más ali-
                  viado.
                         «¿Será esto lo que quiero?»

                         Porque ya empezaba a sentir las  tempestades que traen consigo los
                  vientos del amor. Ya empezaba a notar una grieta en la pared de la presa.

                         Nos quedamos un largo rato bebiendo,  sin conversar de cosas serias.
                  Hablamos de los dueños de la casa y del santo que había fundado aquel pue-
                  blo. Me contó algunas leyendas sobre la iglesia del otro lado de la plaza, que
                  yo apenas podía distinguir a causa de la niebla.
                         — Estás distraída —dijo en cierto momento.

                         Sí mi mente estaba volando. Me gustaría estar allí con alguien que me
                  dejase el corazón en paz, alguien con quien pudiese vivir aquel momento sin
                  miedo de perderlo al día siguiente. Así el tiempo pasaría más despacio; po-
                  dríamos quedarnos en silencio, ya que tendríamos el resto de la vida para con-
                  versar. Yo no tendría que estar preocupándome de temas serios, decisiones
                  difíciles, palabras duras.
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