Page 48 - A orillas del río Piedra me senté y lloré
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Ahora estamos completamente envueltos por la oscuridad de la bruma.
                  Comienzo a imaginarme en el agua, en el vientre materno, donde el tiempo y el
                  pensamiento no existen. Todo lo que él dice parece tener sentido, un sentido
                  extraordinario. Me acuerdo de la señora de la conferencia. Me acuerdo de la
                  muchacha que me llevó hasta la plaza. También ella había dicho que el agua
                  era el símbolo de la Diosa.
                         — A veinte kilómetros de aquí hay una gruta —prosigue—. El 11 de fe-
                  brero de 1858 una niña recogía leña allí en compañía de otras dos criaturas.
                  Era una niña frágil, asmática, de una pobreza que rozaba la miseria. Aquel día
                  de invierno tuvo miedo de atravesar un pequeño riachuelo; podía mojarse, en-
                  fermar, y sus padres necesitaban el poco dinero que ganaba trabajando como
                  pastora.
                         »Entonces apareció una mujer vestida de blanco, con dos rosas doradas
                  en los pies. Trató a la niña como si fuese una princesa, le pidió por favor que
                  volviese allí un determinado número de veces y desapareció. Las otras dos
                  criaturas, que la habían visto en trance, divulgaron luego la historia.
                         »A partir de ese momento comenzó un largo calvario para ella. La detu-
                  vieron, y le exigieron que lo negase todo. La tentaron con dinero para que pi-
                  diese favores especiales a la Aparición. Los primero días su familia fue insulta-
                  da en la plaza pública; decían que hacía todo aquello para llamar la atención.

                         »La niña que se llamaba Bernadette, no tenía la menor idea de lo que
                  estaba viendo. Se refería a la señora como «Aquello», y sus padres, acongoja-
                  dos, habían ido a buscar socorro en el cura de la aldea. El cura sugirió que, en
                  la próxima aparición, la niña preguntase el nombre de aquella mujer.

                         »Bernadette hizo lo que el cura le  mandó, pero la respuesta consistió
                  apenas en una sonrisa. «Aquello» apareció en total dieciocho veces, la mayoría
                  de ellas sin decir nada. En una de esas veces, pidió a la niña que besase la
                  tierra. Sin entender, Bernadette hizo lo que «Aquello» le mandaba. Un día pidió
                  que la niña cavase un agujero en el suelo de la gruta. Bernadette obedeció, y al
                  instante brotó un poco de agua lodosa, pues guardaban allí cerdos.
                         »— Bebe esta agua —dijo la señora.

                         »El agua está tan sucia que Bernadette la derrama tres veces, sin coraje
                  para llevársela a la boca. Pero, aunque con asco, termina obedeciendo. En el
                  sitio donde ha cavado, empieza a brotar más agua. Un hombre ciego de un ojo
                  se pasa unas gotas por la cara, y recupera la visión. Una mujer, desesperada
                  porque su hijo recién nacido se está muriendo, sumerge al niño en la fuente, un
                  día en que la temperatura es de bajo cero. El niño se cura.
                         »Poco a poco, la noticia se extiende, y empiezan a acudir al lugar milla-
                  res de personas. La niña sigue insistiendo en saber el nombre de la señora,
                  pero ella apenas sonríe.
                         »Hasta que un hermoso día, «Aquello» se vuelve hacia Bernadette y di-
                  ce:
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