Page 51 - A orillas del río Piedra me senté y lloré
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Volvemos a la plaza y atravesamos los pocos metros que nos separan
                  de la iglesia. Veo la fuente, la luz del farol y la botella de vino con los dos vasos
                  en el borde. «Ahí deben de haber estado dos enamorados —pienso—. En si-
                  lencio, mientras conversaban sus corazones. Y cuando los corazones termina-
                  ron de decirlo todo, empezaron a compartir los grandes misterios.»

                         Por una vez, no se ha terminado planteando ninguna conversación sobre
                  el amor. No importa. Siento que estoy ante algo muy serio, y tengo que aprove-
                  char para entender todo lo posible. Por un instante recuerdo los estudios, Zara-
                  goza, el hombre de mi vida que pretendo encontrar…, pero eso ahora me pare-
                  ce lejano, envuelto en la misma bruma que se extiende por Saint-Savin.
                         — ¿Por qué me has contado toda esa historia de Bernadette? —
                  pregunto.
                         — No lo sé exactamente —responde él, sin mirarme directamente a los
                  ojos—. Quizá porque estamos cerca de Lourdes. Quizá porque pasado maña-
                  na es el día de la Inmaculada Concepción. Quizá porque quería mostrarte que
                  mi mundo no es tan solitario y loco como puede parecer.

                         »Otras personas forman parte de él. Y creen lo que están diciendo.
                         — Nunca dije que tu mundo fuera loco. Loco puede ser el mío: pierdo el
                  tiempo detrás de cuadernos y estudios que no me harán salir de un sitio que ya
                  conozco.
                         Sentí que estaba más aliviado: yo lo comprendía.

                         Esperé a que siguiera hablando de la Diosa, pero se volvió hacia mí.
                         — Vamos a dormir —dijo—. Hemos bebido mucho.
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