Page 49 - A orillas del río Piedra me senté y lloré
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»— Soy la Inmaculada Concepción.
»Satisfecha, la niña va corriendo a contárselo al párroco.
»— No puede ser —dice él—. Nadie puede ser árbol y fruto al mismo
tiempo, hija mía. Ve allí y échale agua bendita.
»Para el cura, sólo Dios puede existir desde el principio, y Dios, como
todo indica, es hombre.
Él hace una larga pausa.
— Bernadette echa agua bendita en «Aquello». La Aparición sonríe con
ternura, nada más.
»El día 16 de julio, la mujer aparece por última vez. Poco después, Ber-
nadette entra en un convento, sin saber que había cambiado por completo el
destino de aquella pequeña aldea al lado de la gruta. De la fuente sigue bro-
tando agua, y los milagros se suceden.
»La historia recorre primero Francia, y luego el mundo entero. La ciudad
crece y se transforma. Los comerciantes llegan y empiezan a ocupar el lugar.
Se abren hoteles. Bernadette muere y es enterrada lejos de allí, sin saber nada
de lo que pasa.
»Algunas personas, para poner a la Iglesia en dificultades, ya que a esas
alturas el Vaticano admite las apariciones, comienzan a inventar milagros fal-
sos, que luego son desenmascarados. La Iglesia reacciona con rigor: a partir
de determinada fecha, sólo acepta como milagros los fenómenos que son so-
metidos a una serie de rigurosos exámenes realizados por juntas médicas y
científicas.
»Pero el agua sigue brotando, y continúan los milagros.
Creo oír algo cerca de nosotros. Siento miedo, pero él no se mueve.
Ahora la niebla tiene vida y tiene historia. Me quedo pensando en todo lo que
ha dicho, y en la pregunta cuya respuesta todavía no he entendido: ¿cómo sa-
be todo eso?
Me quedo pensando en el rostro femenino de Dios. El hombre que está
a mi lado tiene el alma llena de conflictos. Hace poco me escribió que quería
entrar en un seminario católico; pero cree que Dios tiene un rostro femenino.
Él está inmóvil. Yo sigo sintiéndome en el vientre de la Madre Tierra, sin
tiempo y sin espacio. La historia de Bernadette parece representarse delante
de mis ojos, en la bruma que nos envuelve.
Entonces él vuelve a hablar.
— Bernadette ignoraba dos cosas importantísimas —dice—. La primera
era que, antes de que la religión cristiana llegase aquí, estas montañas estaban
habitadas por celtas, y la Diosa era la principal devoción de esa cultura. Gene-
raciones y generaciones habían entendido el rostro femenino de Dios, y com-
partido Su amor y Su gloria.
— ¿Y la segunda?

