Page 53 - A orillas del río Piedra me senté y lloré
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Él se durmió en seguida. Yo me quedé despierta un largo rato, pensando
en la neblina, en la plaza allá fuera, en el vino y en la conversación. Leí el ma-
nuscrito que me había prestado y me sentí feliz; Dios —si realmente existiera—
era Padre y Madre.
Después apagué la luz, y me quedé pensando en el silencio junto a la
fuente. Fue en aquellos momentos en los que no conversábamos cuando per-
cibí lo cerca que estaba de él.
Ninguno de los dos había dicho nada. No es necesario hablar del amor,
porque el amor tiene su propia voz, y habla por sí mismo. Aquella noche, en la
orilla de la fuente, el silencio permitió que nuestros corazones se acercasen y
se conociesen mejor. Así, mi corazón oyó lo que decía su corazón, y se sintió
feliz.
Antes de cerrar los ojos, decidí hacer lo que él llamaba el «ejercicio del
Otro».
«Estoy aquí, en esta habitación —pensé—. Lejos de todo aquello a lo
que estoy acostumbrada, conversando sobre cosas por las que jamás me inte-
resé, y durmiendo en una ciudad que jamás había pisado. Puedo fingir, por
unos instantes, que soy diferente.»
Empecé a imaginar cómo me gustaría estar viviendo aquel momento. Me
gustaría sentirme alegre, curiosa, feliz. Viviendo intensamente cada instante,
bebiendo con sed el agua de la vida. Confiando de nuevo en los sueños. Capaz
de luchar por lo que quería.
Amando a un hombre que me amaba.
Sí, ésa era la mujer que me gustaría ser, y que de repente aparecía y se
transformaba en mí.
Sentí que inundaba mi alma la luz de un Dios de una Diosa, en quien
había dejado de creer. Y sentí, que, en aquel momento, la Otra dejaba mi cuer-
po, y se sentaba en un rincón de la pequeña habitación.
Yo miraba a la mujer que había sido hasta ese momento: débil, tratando
de dar una impresión de fortaleza. Con miedo a todo, pero diciéndose a sí
misma que no era miedo, sino la sabiduría de quien conoce. la realidad. Levan-
tando paredes en las ventanas por donde entraba la alegría del sol, para que
no dañase los muebles viejos.
Vi a la Otra sentada en el rincón del cuarto: frágil, cansada, desilusiona-
da. Controlando y esclavizando aquello que debía estar siempre en libertad: los
sentimientos. Tratando de juzgar el amor futuro por el sufrimiento pasado.
El amor es siempre nuevo. No importa que amemos una, dos, diez ve-
ces en la vida: siempre estamos ante una situación que no conocemos. El amor
puede llevarnos al infierno o al paraíso, pero siempre nos lleva a algún sitio. Es
necesario aceptarlo, pues es el alimento de nuestra existencia. Si nos nega-
mos, moriremos de hambre viendo las ramas del árbol de la vida cargadas, sin

