Page 46 - A orillas del río Piedra me senté y lloré
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Siento un poco de celos, y me sorprendo de mi propia reacción. Pero la
                  lucha anterior parece haberse apaciguado, y no quiero volver a despertarla.
                         — ¿Por qué ella es «la Virgen»? ¿Por qué no nos presentan a Nuestra
                  Señora como una mujer normal, igual a las demás?
                         Él termina de beber lo poco que queda  en la botella. Me pregunta si
                  quiero que vaya a buscar una más, y digo que no.

                         — Quiero que me respondas ahora mismo. Cada vez que planteamos
                  ciertos temas, tú empiezas a hablar de otra cosa.

                         — Ella fue normal. Tuvo otros hijos. La Biblia nos cuenta que Jesús tuvo
                  otros dos hermanos.

                         »La virginidad en la concepción de Jesús se debe a otro hecho: María
                  inicia una nueva era de gracia. Allí comienza otra etapa. Ella es la novia cósmi-
                  ca, la Tierra, que se abre al cielo y se deja fertilizar.

                         »En ese momento, gracias a su coraje para aceptar el propio destino,
                  ella permite que Dios venga a la Tierra. Y se transforma en la Gran Madre.
                         No logro seguir sus palabras. Él lo percibe.
                         — Ella es el rostro femenino de Dios. Ella tiene su propia divinidad.

                         Sus palabras salen tensas, casi forzadas, como si estuviese cometiendo
                  un pecado.
                         — ¿Una Diosa? —pregunto.

                         Espero un poco, para que me lo explique mejor, pero no sigue adelante
                  con la conversación. Hace pocos minutos, yo pensaba con ironía en su catoli-
                  cismo. Ahora, sus palabras me parecen blasfemia.

                         — ¿Quién es la Virgen? ¿Qué es la Diosa? —Soy yo quien retoma el
                  tema.

                         — Es difícil de explicar —dice él, cada vez más incómodo—. Llevo con-
                  migo alguna cosa escrita. Si quieres, puedes leerla.
                         — Ahora no voy a leer nada, quiero que me lo expliques —insisto.
                         Él levanta la botella de vino, pero está vacía. Ya no nos acordamos de
                  qué fue lo que nos trajo hasta la fuente. Algo importante está presente; como si
                  sus palabras estuviesen obrando un milagro.
                         — Sigue hablando —insisto.

                         — Su símbolo es el agua, la niebla alrededor. La Diosa usa el agua para
                  manifestarse.

                         La bruma parece cobrar vida, y transformarse en algo sagrado, aunque
                  yo siga sin entender lo que él dice.
                         — No quiero hablarte de historia. Si quieres informarte al respecto, pue-
                  des leer el texto que traje conmigo. Pero quiero que sepas que esta mujer, la
                  Diosa, la Virgen María, la Shechinah judaica, la Gran Madre, Isis, Sofía, sierva
                  y señora, está presente en todas las religiones de la Tierra. Fue despreciada,
                  prohibida, disfrazada, pero su culto ha seguido de milenio en milenio, y ha lle-
                  gado hasta el día de hoy.
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