Page 81 - A orillas del río Piedra me senté y lloré
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Tuve una noche de inmensa paz. En  cierto momento, aunque seguía
                  durmiendo, fue como si estuviese despierta. Una presencia femenina me sentó
                  en su regazo, y era como si yo la conociese desde hacía mucho tiempo, porque
                  me sentía protegida y amada.



                         Me desperté a las siete de la mañana, muerta de calor. Recordé que
                  había puesto la calefacción al máximo para secar la ropa. Todavía estaba os-
                  curo, y traté de levantarme sin hacer ruido, para no molestarle.

                         Al levantarme, vi que él no estaba.
                         Me entró el pánico. La otra despertó inmediatamente y me dijo: «¿Ves?
                  Fue aceptar tú y él desapareció. Como todos los hombres.»

                         El pánico aumentaba cada minuto. Yo no podía perder el control. Pero la
                  Otra no paraba de hablar.

                         «Aún estoy aquí —decía—. Dejaste que el viento cambiase de dirección,
                  abriste la puerta y el amor está inundando tu vida. Si procedemos con rapidez,
                  lograremos controlarlo.»

                         Yo necesitaba ser práctica. Tomar precauciones.
                         «Se fue —prosiguió la Otra—. Tienes que salir de este fin del mundo. Tu
                  vida en Zaragoza aún está intacta; vuelve corriendo. Antes de perder lo que
                  conseguiste con tanto esfuerzo.»
                         «Él debe de tener sus motivos», pensé.
                         «Los hombres siempre tienen motivos —respondió la Otra—. Pero el
                  hecho es que terminan dejando a las mujeres.»

                         Entonces tengo que saber cómo vuelvo a España. El cerebro necesita
                  estar ocupado todo el tiempo.

                         «Vayamos al lado práctico: dinero», decía la Otra.
                         No me quedaba un céntimo. Tenía que bajar, llamar a mis padres a co-
                  bro revertido, y esperar a que me enviasen dinero para un billete de regreso.

                         Pero es día festivo, y el dinero no llegará hasta mañana. ¿Qué hago pa-
                  ra comer? ¿Cómo explicar a los dueños de la casa que deberán esperar dos
                  días para recibir el pago?

                         «Mejor no decir nada», respondió la Otra. Sí, ella tenía experiencia, sa-
                  bía lidiar con situaciones como ésta. No era una muchacha apasionada que
                  pierde el control, sino una mujer que siempre había sabido lo que quería en la
                  vida. Yo debía seguir allí, como si nada hubiese pasado, como si él fuese a
                  regresar. Y cuando llegase el dinero, pagaría las deudas y me marcharía.
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