Page 83 - A orillas del río Piedra me senté y lloré
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— No vuelva a salir en ayunas —dijo la mujer.
— No sabía que hablaba español —respondí, sorprendida.
— La frontera está cerca. Los turistas vienen a Lourdes en verano. Si no
sé español, no alquilo cuartos.
Hacía tostadas y café con leche. Comencé a preparar mi espíritu para
afrontar aquel día; cada hora iba a durar un año. Quise distraerme un poco con
la comida.
— ¿Cuánto hace que están casados? —preguntó ella.
— Él fue el primer amor de mi vida —respondí. Era suficiente.
— ¿Ve esos picos de ahí fuera? —prosiguió la mujer—. El primer amor
de mi vida murió en una de esas montañas.
— Pero usted encontró a alguien.
— Sí, encontré. Y conseguí ser feliz de nuevo. El destino es curioso; casi
no conozco a nadie que se haya casado con el primer amor de su vida.
»Las que lo hicieron están siempre diciéndome que perdieron algo im-
portante, que no vivieron todo lo que necesitaban vivir.
La mujer dejó de hablar de repente.
— Disculpe —dijo—. No quería ofenderla.
— No me ofende.
— Siempre miro esa fuente que está ahí fuera. Y me quedo pensando:
antes nadie sabía dónde estaba el agua, hasta que Savin decidió cavar, y la
descubrió. Si no hubiese hecho eso, la ciudad estaría allá abajo, cerca del río.
— ¿Y eso qué tiene que ver con el amor? —pregunté.
— Esa fuente trajo a las personas, con sus esperanzas, sus sueños y
sus conflictos. Alguien tuvo la osadía de buscar el agua, y el agua se reveló, y
todos se reunieron a su alrededor. Pienso que, cuando buscamos el amor con
coraje, el amor se revela, y terminamos atrayendo más amor. Si una persona
nos quiere, todos nos quieren.
»Del mismo modo, si estamos solos, nos quedamos más solos todavía.
Es extraña la vida.
— ¿Ha oído usted hablar de un libro titulado l Ching? —pregunté.
— Nunca.
— Ese libro dice que se puede mudar una ciudad, pero que no se puede
cambiar una fuente de lugar. Los amantes se encuentran, matan la sed, cons-
truyen sus casas, crían a sus hijos alrededor de la fuente.
»Pero si uno decide partir, la fuente no puede seguirlo. El amor queda
allí, abandonado, aunque colmado de la misma agua pura de antes.

