Page 84 - A orillas del río Piedra me senté y lloré
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— Habla como una vieja que ya ha sufrido mucho, hija mía —dijo.
— No. Siempre tuve miedo. Nunca busqué la fuente. Lo estoy haciendo
ahora, y no quiero olvidarme de los riesgos.
Sentí que algo me incomodaba en el bolsillo del pantalón. Cuando noté
lo que era, se me heló el corazón. Terminé de tomar el café a toda prisa.
La llave. Yo tenía la llave.
— Hubo una mujer aquí, en esta ciudad, que murió y lo dejó todo al se-
minario de Tarbes —dije—. ¿Sabe usted dónde queda su casa?
La mujer abrió la puerta y me indicó. Era una de las casas medievales
de la plazoleta, cuya parte trasera daba hacia el valle y las montañas.
— Dos padres estuvieron allí hace casi dos meses —dijo ella—. Y…
La mujer me miró, con aire dubitativo.
— Y uno de ellos se parecía a su marido —dijo, tras una larga pausa.
— Era él —respondí mientras salía, contenta de haber dejado a mi niña
interior hacer una travesura.

