Page 88 - A orillas del río Piedra me senté y lloré
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»Dios está aquí, ahora, a nuestro lado. Podemos verlo en esta bruma,
                  en este suelo, en estas ropas, en estos zapatos. Sus ángeles velan mientras
                  dormimos, y nos ayudan cuando trabajamos. Para encontrar a Dios, basta con
                  mirar alrededor.
                         »Ese encuentro no es fácil. A medida que Dios nos hace participar de su
                  misterio, nos sentimos más desorientados. Porque Él constantemente nos pide
                  que sigamos nuestros sueños y nuestro corazón. Hacer eso es difícil, porque
                  estamos acostumbrados a vivir de una manera diferente.
                         »Y descubrimos, con sorpresa, que Dios nos quiere ver felices, porque
                  Él es padre.
                         — Y madre —dije.

                         La neblina comenzaba a levantarse. Vi una pequeña casa de campesi-
                  nos donde una mujer recogía leña.
                         — Sí, y madre —dijo—. Para tener una vida espiritual uno no necesita
                  entrar en un seminario, ni tiene que hacer ayuno, abstinencia y castidad.
                         »Basta con tener fe y aceptar a Dios. A partir de ahí, cada uno se trans-
                  forma en Su camino, pasamos a ser el vehículo de Sus milagros.

                         — Él ya me habló de usted —interrumpí—. Y me enseñó estas mismas
                  cosas.

                         — Espero que usted acepte sus dones —respondió el padre—. Porque
                  no siempre ocurre, como nos enseña la historia. A Osiris lo descuartizan en
                  Egipto. Los dioses griegos se enemistan por culpa de mujeres y hombres de la
                  Tierra. Los aztecas expulsan a Quetzalcóatl. Los dioses vikingos asisten al in-
                  cendio del Valhalla por causa de una mujer. Jesús es crucificado.

                         »¿Por qué?

                         Yo no tenía respuesta.
                         — Porque Dios viene a la Tierra a mostrarnos nuestro poder. Formamos
                  parte de Su sueño, y Él quiere un sueño feliz. Por lo tanto, si admitimos que
                  Dios nos creó para la felicidad, tendremos que asumir que todo aquello que nos
                  lleva a la tristeza y a la derrota es culpa nuestra.

                         »Por eso siempre matamos a Dios. Sea en la cruz, en el fuego, en el exi-
                  lio, sea en nuestro corazón.

                         — Pero aquellos que Lo entienden…
                         — Ésos transforman el mundo. A costa de mucho sacrificio.

                         La mujer que recogía leña vio al padre y vino corriendo en nuestra direc-
                  ción.

                         — ¡Padre, gracias! —dijo, besándole las manos—. ¡El mozo curó a mi
                  marido!
                         — Quien lo curó fue la Virgen —respondió el padre acelerando el paso—
                  . Él es apenas un instrumento.
                         — Fue él. Entre, por favor.
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