Page 23 - 13 EL MERCADER DE VENECIA--WILLIAM SHAKESPEARE
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noche? Me he provisto de un portador de antorcha.
                             SALANIO.-  Sí, ¡pardiez! Voy a ocuparme de ello.
                             SALARINO.-  Y yo también.
                             LORENZO.-  Venid a recogernos a mí y a Graciano en el alojamiento de
                             Graciano de aquí a una hora.
                             SALARINO.-  Eso es lo mejor.


                             (Salen SALARINO y SALANIO.)

                             GRACIANO.-  ¿No era esa carta de la bella Jessica?
                             LORENZO.-  Fuerza es que te lo diga todo. Me informa de la manera
                             que debo raptarla de la casa de su padre; me indica que se ha
                             provisto de oro, de joyas y se ha procurado un disfraz de paje. Si
                             alguna vez el judío, su padre, entra en el Paraíso, no será más que
                             en consideración de su encantadora hija, y si alguna vez la mala
                             fortuna obstruye el camino de Jessica, no podría hacer valer otra
                             excusa que esta: que es la hija de un judío infiel. Vamos, ven
                             conmigo; revisa de paso esta carta. La bella Jessica será mi porta
                             antorcha. (Salen.)



                             Escena V




                             Venecia. -Delante de la casa de SHYLOCK.



                             Entran SHYLOCK y LAUNCELOT.

                             SHYLOCK.-  Bien; tú verás; tus ojos harán la distinción entre el
                             viejo Shylock y Bassanio. ¡Eh, Jessica! No te atracarás, como has
                             hecho en mi casa. ¡Eh, Jessica! Ni te darás a dormir y a roncar y a
                             destrozar el traje. ¡Eh, Jessica, digo!
                             LAUNCELOT.-  ¡Eh, Jessica!
                             SHYLOCK.-  ¿Quién te manda llamar? No te he ordenado que llames.
                             LAUNCELOT.-  Vuestra señoría tenía el hábito de reprocharme el no
                             poder jamás hacer nada sin órdenes.


                             (Entra JESSICA.)

                             JESSICA.-  ¿Me llamáis? ¿Qué queréis?
                             SHYLOCK.-  Estoy invitado a cenar, Jessica; he aquí mis llaves. Pero
                             ¿por qué había de ir? No es por afecto por lo que me invitan;
                             quieren adularme. ¡Bah! Iré por odio, nada más que por hartarme a
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