Page 27 - 13 EL MERCADER DE VENECIA--WILLIAM SHAKESPEARE
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Belmont. -Una sala en el castillo de PORCIA.



                             Trompetería. Entra PORCIA con el PRÍNCIPE DE MARRUECOS y su séquito.

                             PORCIA.-  Andad, corred las cortinas y descubrid los diversos
                             cofrecitos a los ojos de este noble príncipe. Ahora, haced vuestra
                             elección.
                             PRÍNCIPE DE MARRUECOS.-  El primero, que es de oro, lleva esta
                             inscripción: Quien me escoja ganará lo que muchos desean. El
                             segundo, de plata, ofrece esta promesa: Quien me escoja obtendrá
                             tanto como merece. El tercero, de plomo vil, con esta inscripción
                             tan vulgar como su metal: Quien me escoja debe dar y aventurar todo
                             lo que tiene. ¿Cómo sabré si elijo bien?
                             PORCIA.-  Uno de estos cofrecitos contiene mi retrato, príncipe; si
                             escogéis este, os perteneceré de lleno.
                             PRÍNCIPE DE MARRUECOS.-  ¡Que Dios guíe mi juicio! Veamos; voy a
                             releer las inscripciones. ¿Qué dice este cofrecito de plomo? Quien
                             me escoja debe dar y aventurar todo lo que tiene. ¡Debe dar! ¿A
                             cambio de qué? ¡A cambio de plomo! Aventurar todo por plomo.
                             Este cofrecito amenaza; los hombres que lo aventuran todo lo hacen
                             con la esperanza de hermosos beneficios. Un espíritu de oro no se
                             rinde ante las cosas de desecho. No daré ni aventuraré nada por
                             plomo. ¿Qué dice la plata con su color virginal? Quien me escoja
                             obtendrá tanto como merece. ¡Tanto como merece! Detente aquí,
                             príncipe de Marruecos, y pesa tu valía con mano imparcial. Si estás
                             evaluado según tu propia estima, mereces mucho; pero mucho no basta
                             para hacerte llegar hasta esta dama, y, sin embargo, dudar de mi
                             mérito sería una pueril depreciación de mí mismo. ¡Tanto como
                             merezco! Bien; pero es esta dama lo que merezco. La merezco por mi
                             nacimiento y por mi fortuna, por mis atractivos y por mis cualidades
                             de educación, y más que todo eso, la merezco por mi amor. Pues bien,
                             ¿y si no buscara más, y escogiera este cofrecito? Veamos aún otra
                             vez lo que dice esta divisa grabada sobre oro: Quien me escoja
                             ganará lo que muchos desean. ¡Vaya! Eso es esta dama; el mundo
                             entero la desea; de los cuatro extremos de la tierra vienen para
                             besar a esta casta, a esta santa mortal. Los desiertos de Hircania y
                             las inmensas soledades de la vasta Arabia están convertidos ahora en
                             grandes caminos para los príncipes que vienen a visitar a la bella
                             Porcia. El reino de las aguas, cuya cabeza ambiciosa escupe a la faz
                             del cielo, no es una barrera suficiente para detener los ardores de
                             los extranjeros; ellos lo atraviesan como un arroyuelo para ver a la
                             bella Porcia. Uno de estos tres cofrecitos contiene su celeste
                             efigie. ¿Es probable que esté en el cofrecito de plomo? Tener una
                             idea tan mezquina fuera un sacrilegio; sería un metal demasiado
                             tosco para encerrar incluso su sudario en la obscuridad de su tumba.
                             ¿Pensaré que esa imagen está entre muros de plata, que se aprecia en
                             diez veces menos que el oro? ¡Oh, horrible pensamiento! Jamás una
                             joya tan rica fue gastada en un metal inferior al oro. Hay en
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