Page 24 - 13 EL MERCADER DE VENECIA--WILLIAM SHAKESPEARE
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expensas del pródigo cristiano. Jessica, hija mía, vigila en la
casa. Salgo verdaderamente contra mi deseo; algo se fragua contra mi
reposo, pues he soñado esta noche con sacos de dinero.
LAUNCELOT.- Os ruego, señor, que vayáis; mi joven amo aguarda
vuestra «desgracia».
SHYLOCK.- Y yo la suya.
LAUNCELOT.- Y han conspirado juntos...; no quiero deciros que
veréis una mascarada, pero si la veis no fue entonces baldío el que
mi nariz sangrara el último lunes de Pascua, a las seis de la
mañana, que caía este año el mismo día que el miércoles de Ceniza de
hace cuatro años por la tarde.
SHYLOCK.- ¡Cómo! ¿Hay máscaras? Escúchame bien, Jessica. Cierra con
cerrojo mis puertas, y cuando escuches el tambor o el silbido
ridículo del pífano de cuello encorvado, no te encarames a las
ventanas, ni alargues tu cabeza sobre la vía pública para embobarte
ante los payasos cristianos de pintados semblantes, sino, al
contrario, tapa los oídos de mi casa, quiero decir mis ventanas; no
dejes entrar en mi severa morada los ruidos inútiles de la
disipación. Por el báculo de Jacob juro que no tengo ninguna gana de
festejar hoy; sin embargo, iré. Andad delante, bribón; decid que voy
a llegar.
LAUNCELOT.-
Os precederé, señor. (Bajo a JESSICA.) Señora, mirad
por la ventana, a pesar de todo.
Delante de ella pasará un cristiano,
digno de que le mire una judía.
(Sale.)
SHYLOCK.- ¿Qué dice ese imbécil de la estirpe de Agar? ¿Eh?
JESSICA.- Me decía: «Adiós, ama», nada más.
SHYLOCK.- Ese galopín no es mal muchacho del todo; pero come
enormemente, es lento para el trabajo como un caracol y duerme por
el día más que un gato montés. Los zánganos no tienen nada que hacer
en mi colmena; así, pues, me separo de él y le dejo para que sirva a
cierto individuo a quien quisiera que le ayudase a gastar la bolsa
que ha pedido prestada. Vamos, Jessica, entrad ya. Es posible que
esté inmediatamente de vuelta. Haz como te he dicho: cierra las
ventanas tras ti. Quien guarda, halla. He aquí un proverbio que para
un espíritu económico siempre es aplicable. (Sale.)
JESSICA.- Adiós, y si la fortuna no me es contraria, habremos
perdido yo un padre y vos una hija. (Sale.)
Escena VI

