Page 25 - 13 EL MERCADER DE VENECIA--WILLIAM SHAKESPEARE
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Venecia.



                             Entran GRACIANO y SALARINO, enmascarados.

                             GRACIANO.-  He aquí el cobertizo bajo el cual nos ha rogado Lorenzo
                             que le esperemos.
                             SALARINO.-  Ha pasado ya casi la hora en que nos había citado.
                             GRACIANO.-  Y es verdaderamente extraño que esté en retraso con su
                             hora, pues los amantes tienen siempre la costumbre de adelantarse al
                             reloj.
                             SALARINO.-  ¡Oh! Las palomas de Venus vuelan diez veces más aprisa
                             cuando se trata de sellar lazos de amor nuevamente contraídos que
                             cuando intentan evitar la ruptura de una fe empeñada.
                             GRACIANO.-  Eso es de eterna aplicación. ¿Quién se levanta nunca de
                             la mesa con un apetito tan abierto como cuando se ha sentado? ¿Dónde
                             está el caballo capaz de volver sobre las huellas de su fatigosa
                             jornada con el fogoso brío con que la recorrió primero? Todas las
                             cosas de este mundo se persiguen con más ardor que se gozan. ¡Cuán
                             semejante a un jovenzuelo o a un niño pródigo es la barca empavesada
                             que sale de la bahía natal acariciada y besada por el viento
                             juguetón! ¡Y cuán semejante también al hijo pródigo, vuelve con sus
                             flancos averiados por las borrascas, sus velas en jirones,
                             estropeada, hendida, despojada de todo por el viento huracanado!
                             SALARINO.-  Aquí está Lorenzo. Reanudaremos la conversación más
                             tarde.


                             (Entra LORENZO.)

                             LORENZO.-  Gracias, queridos amigos, por haberme esperado tan
                             pacientemente; la culpa de este retraso es de mis asuntos, no mía.
                             Cuando os plazca haceros ladrones de esposas, os prometo tener tanta
                             paciencia como vosotros. Acerquémonos. Aquí está la casa de mi
                             padre, el judío. ¡Hola! ¿Quién hay dentro?


                             (JESSICA aparece en la ventana en traje de muchacho.)

                             JESSICA.-  ¿Quién sois? Decídmelo, para cerciorarme, aunque juraría
                             que conozco esa voz.
                             LORENZO.-  Lorenzo y tu amor.
                             JESSICA.-  Lorenzo, ciertamente, y mi amor, esa es la verdad, porque
                             ¿a quién entonces amo yo tanto? En cuanto a saber si soy el vuestro,
                             no hay nadie más que vos que podáis decirlo, Lorenzo.
                             LORENZO.-  El cielo y tu alma son testigos de que lo soy.
                             JESSICA.-  Tomad, coged esta cajita, vale la pena. Me alegro de que
                             sea de noche y no podáis contemplarme, porque me hallo avergonzada
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