Page 132 - La Cabeza de la Hidra
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la cortina de agua, las columnas esbeltas y triangulares de Goeritz eran el velamen de
                  coral de un galeón hundido. Félix le ordenó a don Memo que se estacionara donde
                  siempre lo hacía los lunes, miércoles y viernes. El viejo dio la vuelta frente a la entrada
                  principal del enorme negocio cerrado y rodeado de estacionamientos vacíos a esta hora
                  y se detuvo junto a la entrada de mercancías a espaldas de la carretera.
                  —Baja —le dijo Félix a Sergio sin apartarle la pistola de la cintura y lo siguió.
                  Dejó la canasta sobre el asiento del automóvil.
                  Don Memo asomó la cara por la ventanilla. La lluvia le esparció los escasos cabellos.
                  Miró a Félix con una expresión de cura viejo, humilde pero disipado.
                  —¿Y yo, jefecito? Aquella noche me prometiste que me ibas a pagar doble, ¿te
                  acuerdas?
                  —Te voy a pagar triple —le contestó Félix—. Lárgate, Memo.
                  —¿Y eso? —don Memo meneó la cabeza tonsurada hacia el asiento de atrás.
                  —Es tu primer premio. Haz lo que gustes. Entrégalo a la policía de narcóticos y cobra
                  una recompensa. O véndelo por otro conducto y llévate a Licha a Acapulco. Les hace
                  falta una vacación. Ese es tu segundo premio. Y el tercero es que te largues de aquí
                  vivito y coleando.
                  Don Memo arrancó sin decir nada. Sergio miró con curiosidad a Félix.
                  —Entonces de veras no eres cuico...
                  —Ahora vas a ver quién soy. Abre la puerta.
                  —Sólo el patrón puede abrirla por dentro. Es un gadget electrónico. Tengo que
                  comunicarme por el interfón.
                  —Anda. Oye, Sergio, recuerda que tu patrón no te va a proteger. Te va a dejar colgado
                  de la brocha con el Mustang y la nieve.
                  Las pupilas de Sergio se dilataron alegremente.
                  —¿Qué pasó valiente? Ahora vamos a ser dos contra uno, ¿verdad?
                  Sergio apretó un botón tres veces cortas y una larga. El interfón se comunicó y una voz
                  dijo:
                  —Entra.
                  Simultáneamente, la cortina de fierro comenzó a levantarse electrónicamente. Sergio
                  dudó un instante antes de gritar:
                  —¡No, patrón, no abra, nos agarraron!
                  Félix se arrojó entre el piso y la cortina y disparó tres veces seguidas. Gastó dos balas;
                  el muchacho rubio y pequeño torció por última vez los labios con el primer balazo y
                  cayó de cara sobre el pavimento mojado. La tercera bala se estrelló contra la cortina de
                  fierro que se cerraba silenciosamente. Félix se levantó en la oscuridad del bodegón de
                  mercancías y caminó hacia la puerta que  comunicaba con los espacios públicos del
                  supermercado; lo guió el brillo de las luces fluorescentes más allá de la puerta.
                  Se apagaron de un golpe antes de que llegara a ellas. Entró en silencio a la vasta caverna
                  oscura y hueca, y sólo pensó que este hangar comercial debía oler a todo lo que contenía
                  pero Félix no olía nada sino una asepsia sobrenatural; el silencio, en cambio, era
                  imposible; la hoquedad del recinto amplificaba cada paso, cada movimiento; Félix
                  escuchó sus propias pisadas y luego una lejana tos.
                  Se movió a tientas entre los altos estantes; tocó latas y luego jarros y luego gritó:
                  —Se acabó el juego, ¿me oyes?
                  El eco retumbó fragmentado y líquido como las ondas de un estanque cuando una piedra
                  choca contra el agua.
                  —La policía tiene el Mustang. La vieja me entregó la droga. Sergio está muerto allí
                  afuera. Se acabó el juego, ¿me oyes?
                  Le respondió una bala diabólicamente certera que atravesó una botella junto a la cabeza
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