Page 43 - La Cabeza de la Hidra
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basura. El encargado nocturno de la administración del Hilton reconoció la letra. El
licenciado Félix Maldonado era un viejo cliente. El gerente había sido avisado y bajaría
en un instante.
El encargado lo acompañó al 906 y Félix reunió en una maleta ligera algunas prendas de
vestir, objetos de aseo personal y cheques de viaje, Folleteó éstos; todos estaban
firmados en la parte superior izquierda por Félix Maldonado. Luego marcó un número
de teléfono. Al escuchar mi voz Félix dijo:
1
—When shall we two meet again?
2
—When the battle's lost and won, —le contesté.
3
—I have but little gold of late, brave Timón, —me dijo Félix.
4
—Wherefore art thou? —le pregunté.
5
—At my lodging? —respondió.
6
—Aü is well ended if this suit be won —le dije para concluir y colgué la bocina.
1. ¿Cuándo nos volveremos a encontrar los dos? Macbetb, i, 1, 1.
2. Cuando la batalla haya sido perdida y ganada. Ibíd., i, 1, 4.
3. Carezco de oro, valiente Timón. Timón de Atenas, iv, 3, 90.
4. ¿Dónde estás? Romeo y Julieta, ii, 2, 33.
5. Donde me alojo. Otelo, ii, 1, 381.
6. Todo terminará bien si gana nuestra pretensión. All's Well that Ends Well, epílogo, 2.
Al bajar, el gerente estaba allí, con la cabeza plateada, impecable como si fuesen las
diez de la mañana y le dijo que tenían que estar seguros, él comprendía, que dispensara,
era para proteger los intereses del propio señor Maldonado, tan buen cliente, pero la
letra de la carta parecía, bien estudiada, un poco insegura y el papel de calidad muy
extraña. ¿Podía ofrecer mayores seguridades?, le preguntó al hombre mal vestido, con
gafas oscuras, la cabeza rapada y herida, una barba de varios días y la maleta de Félix
Maldonado en la mano.
—No tardan en llamar —dijo Félix.
El gerente mostró una desazón evidente al escuchar la voz de Félix. En seguida le
avisaron que había una llamada telefónica urgente y alargó con alarde de seguridad el
brazo, mostrando, como era su intención, las mancuernas de rubíes.
Escuchó mis instrucciones con atención.
—Cómo no, señor, no faltaba más, como usted mande —me dijo el gerente y colgó.
Félix recorrió a pie el corto trecho que separa el Hilton de la funeraria Gayosso en la
calle de Sullivan. La maleta era muy ligera y no le importó el dolor del brazo.
Necesitaba toda la fuerza de su alma para llegar a Gayosso, más que la de su pobre
cuerpo vencido. El fajo de billetes que le entregó el gerente se sentía confortable, cálido,
dentro de la bolsa del pantalón.
Llegó a la puerta principal del edificio construido como un mausoleo de tres pisos de
piedra gris y mármol negro. La agencia Gayosso es una simple avanzada de los
cementerios dentro de la dura geografía de esta ciudad donde hasta los parques, como el
que se extendía aquí entre Melchor Ocampo y Ramón Guzmán, parecían fabricados de
cemento. Subió las escaleras de piedra porosa y buscó el nombre en el tablero, SARA
KLEIN, SEGUNDO PISO. Un guardián uniformado de gris oscuro dormitaba, con cara
de pequeño simio simpático, en la conserjería del inmueble.
La mujer estaba tendida en la capilla neutra. Desde la contigua llegaban murmullos de
avemarias y poderosos olores de corona fúnebre. Aquí no había ofrendas de amistades,
socios o familia. Sólo un menorah con las velas encendidas. Félix se acercó al féretro
abierto. El rostro y el cuerpo de Sara estaban cubiertos por una sábana húmeda aún. El

