Page 39 - La Cabeza de la Hidra
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difícil. Lo miró con sospecha, como si temiera que Félix ya la quería botar. Desechó la
                  idea y repitió va a ser difícil, además piensa en mí, Ayub no me lo va a perdonar y Ayub
                  me da miedo.
                  —¿No me crees capaz de protegerte contra ese renacuajo? —dijo Félix besando la
                  mejilla de Licha.
                  Licha dijo que sí acariciando la mano de Félix.
                  —¿Cómo se puede salir de aquí, Lichita?
                  —No hay cómo, palabra. Te digo que es un  lugar rete exclusivo. En la puerta hay
                  guardias.
                  —¿Dónde está mi ropa?
                  —Se la llevaron.
                  —¿Hay elevadores?
                  —Sí, hay dos. Uno de tres personas y otro más grande para camillas y sillas de ruedas.
                  —¿Son automáticos?
                  —No. Los manejan unos tipos bien doblados.
                  —¿Hay montacargas?
                  —Sí. Recorre los tres pisos. La cocina está en el primero.
                  —¿Hay alguien de noche en la cocina?
                  —No. A partir de las diez las enfermeras preparan algo si hace falta.
                  —¿No hay salida de la cocina a la calle?
                  —No. Hay que pasar por la entrada principal. Nadie entra o sale sin vigilancia. Se
                  necesitan tarjetas y los guardias llevan una lista de entradas y salidas del personal, los
                  enfermos, las visitas, los mensajeros, todo mundo.
                  —¿Dónde está situado el hospital?
                  —En la calle de Tonalá, entre Durango y Colima.
                  —¿Qué clase de enfermos hay aquí?
                  —Turcos casi todos, está casi reservada a ellos, es de la beneficencia de los árabes.
                  —No, enfermos de qué...
                  —Hay muchas parturientas en el segundo  piso, el primero está reservado para
                  accidentes, acá arriba los casos graves, corazón, cáncer, de todo...
                  —¿No puedes sacarme vendado, diciendo que soy otro?
                  —Me conocen. Saben que sólo puedo cuidarte a ti, a nadie más.
                  —¿Nadie se muere? ¿No puedo salir en lugar de un muerto?
                  Licha rió mucho.
                  —Se necesita un certificado. No derrapes. Te verían la cara y te resucitarían veloz con
                  un pellizco bien dado. Cómo serás vacilador.
                  —Entonces no hay más que una manera.
                  —Tú mandas.
                  —Si no puedo salir como el Conde de Montecristo, vamos a hacerles creer que el Conde
                  de Montecristo ya no está aquí.
                  —Palabra que no ligo, corazón.
                  —¿Puedes robarte unos pantalones y unos zapatos de hombre?
                  —Veré si hay algún paciente dormido y trato. ¿Cuál es la onda, tú?
                  —Como no puedo salir de aquí solo, Lichita, voy a salir con todo el mundo: pacientes,
                  enfermeras y guardias.
                  —De plano no te adivino.
                  —Tú haz lo que te digo. Por favor.
                  —Ya sabes cómo me gustas. Y además me cae de variedad darle una puñalada trapera
                  al malcriado de Simón, sobre todo ahora que sé lo que te hizo. Anda, dime qué debo
                  hacer, pero no estés triste. Vale lo que te  dije, de veras. Si quieres estar conmigo
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