Page 38 - La Cabeza de la Hidra
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más mínima referencia a los hechos de hace apenas tres días, sólo había habido dos
                  atentados antes, uno contra Ortiz Rubio y otro contra Ávila Camacho, eso se supo, se
                  publicó, no era posible. Licha lo miró con alarma y se acercó a él.
                  —No te excites —le dijo—, no te hace bien, no te levantes. ¿Quieres que mejor te lea
                  yo? Déjame leerte la nota roja, es siempre lo más entretenido del periódico.
                  Félix se recostó exhausto. Licha comenzó a leer con una voz monótona, titubeante, con
                  una tendencia a convertir las palabras desconocidas en esdrújulas, pasándose a la torera
                  la puntuación y resistiéndose como una yegua joven ante los obstáculos de los
                  diptongos. Enumeró fastidiosamente un estupro, un robo en la Colonia San Rafael, un
                  asalto a la sucursal Masaryk del Banco de Comercio, leyó un crimen particularmente
                  brutal, esta mañana a primera hora fue descubierto el cadáver brutalmente degollado de
                  una mujer en una suite de las calles de Génova.
                  La víctima había pedido la noche anterior que el portero la despertara a las seis de la
                  mañana dado que debía tomar un avión a primera hora. Gracias a ello, el portero,
                  inquieto de que la víctima no contestara a sus repetidos llamados, entró con la llave
                  maestra y encontró sobre la cama el cadáver desnudo, degollado de oreja a oreja. Se
                  excluye la hipótesis del suicidio toda vez que no se encontró arma punzocortante alguna
                  cerca de la occisa, aunque los encargados de la investigación no excluyen que el arma
                  haya sido retirada con posterioridad al suicidio por persona o personas animadas por
                  motivos que se desconocen para hacer creer en un crimen alevoso. La hora de la muerte
                  fue situada por el médico legista entre las doce de la noche y la una de la madrugada de
                  ayer. Otro hecho que arroja duda sobre el caso es que la occisa había empacado
                  perfectamente todas sus prendas y objetos personales, lo cual indica claramente su
                  voluntad de llevar a cabo el viaje anunciado. Sólo se encontraron en la suite ocupada
                  por la presunta suicida los enseres propios del servicio de hotelería, una pasta de dientes
                  a medio usar, una caja nueva de servilletas  sanitarias femeninas, la televisión, el
                  tocadiscos y la colección de discos de 45 r.p.m. que según dicho del portero son de la
                  propiedad del edificio. La revisión del contenido de las maletas no arrojó luz alguna
                  sobre las circunstancias de la muerte. Los únicos documentos personales encontrados en
                  la bolsa de viaje fueron un talonario de cheques de viajero, un boleto de avión ida y
                  vuelta Tel Aviv-México-Tel Aviv usado en el trayecto de venida y confirmado para el
                  regreso hoy vía Eastern Air Lines a Nueva York y vía El Al de la urbe de hierro a Roma
                  y Tel Aviv. El pasaporte de la occisa la  declara de nacionalidad israelita, nacida en
                  Heidelberg, Alemania, contando con treinta  y cinco años de edad y de nombre Sara
                  Klein aunque la Embajada de Israel en ésta, interrogada a temprana hora por nuestro re-
                  portero en la persona de un segundo secretario, no quiso hacer comentario alguno y se
                  negó a establecer la identidad de la desaparecida...
                  Licha leyó embájada, nuévayor, y Félix se dijo Sara no estuvo en mi entierro, ya estaba
                  muerta, todos me están mintiendo, pero suprimió la emoción lo mismo por fuera que por
                  dentro; se dijo que no debía dilapidarla ni en este ni en muchos momentos, sino reunirla
                  para un solo instante, ahora no sabía cuál, ya vendría. Eso merecía Sara Klein, su amor
                  por Sara Klein, un solo acto final que consagrara la emoción de haberla conocido,
                  perdido una primera vez, reencontrado una noche en casa de los Rossetti antes de
                  perderla para siempre.
                  Tampoco quiso hacer conjeturas sobre las razones o circunstancias de la muerte de la
                  muchacha judía con la que salió a bailar una noche a un cabaret de moda de la época,
                  ¿en dónde? el Versalles del Hotel del Prado. Bailaron para celebrar los veinte años de
                  Félix Maldonado. La orquesta tocaba la Balada de Mackie. La había vuelto a poner de
                  moda Louis Armstrong.
                  Le pidió a Licha que lo ayudara a salir del hospital. La enfermera le dijo que iba a ser
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