Page 62 - La Cabeza de la Hidra
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—¡Cómo! ¿Nadie te lo ha contado? Pero si es el chiste de todos los desayunos. ¿Dónde
                  has estado la última semana?
                  —Encerrado en un hospital, con la cara vendada.
                  —¿Ves?, las malas compañías —dijo Bernstein midiendo la porción de whisky con ojos
                  miopes, entrecerrados—. Cuando el señor Presidente se acercó a ti, te desmayaste. Un
                  black-out súbito —añadió al dejar caer, uno tras otro, tres cubos de hielo en el vaso—,
                  algo sin importancia, una pequeña escena, un incidente. Te sacaron perdido entre ese gentío.
                  El señor Presidente no se inmutó y siguió saludando. La ceremonia se desarrolló
                  normalmente.
                  Bernstein suprimió una risa temblorosa y picara.
                  —Se hicieron muchas bromas. Un funcionario menor de la S.F.I. se desmayó nada más
                  de ver al señor Presidente. Qué emoción. Desde Moctezuma no se veía nada igual.
                  —¿Y usted se hirió solo, limpiando una pistola?
                  Bernstein le tendió el vaso a Félix con solemnidad:
                  —Alguien me disparó esa tarde en mi casa, cuando estaba solo. Mal tiro.
                  —Quizás no intentaba matarlo.
                  —Quizás.
                  —¿Por qué? Es difícil fallar con un tipo de su corpulencia.
                  Bernstein no contestó. Se preparó su propio vaso de whisky y lo levantó, como si fuera
                  a brindar.
                  —Por los metiches —dijo—, que el diablo les corte las narices.
                  Le dio la espalda a Félix. El sudor dibujaba un continente en su espalda.
                  —En tu recámara del Hilton tenías un expediente con todos mis datos.
                  —¿Ustedes revolvieron mis archivos?
                  —No tiene importancia —contestó Bernstein siempre de espaldas a Félix—. Sé que
                  conoces toda mi carrera. Pero esa información la poseen muchos. No es un secreto.
                  Puedes repetirla como perico y no pasará nada.
                  —¿Como en la escuela? —sonrió Félix—. Pero es que sí tiene importancia. Leopoldo
                  Bernstein, nacido el 13 de noviembre de 1915 en Cracovia con todos los handicaps: po-
                  laco, judío e hijo de militantes obreros socialistas; emigrado a Rusia con sus padres
                  después de la Revolución de Octubre, becado por el gobierno soviético para realizar
                  estudios de economía en Praga pero encargado de establecer relaciones con
                  universitarios checos y funcionarios del gobierno de Benes en vísperas de la guerra;
                  cumple mal su encargo y en vez de seducir se deja seducir por los círculos sionistas de
                  Praga; ante la inminencia del conflicto, se refugia en México después de Munich; autor
                  de un panfleto contra el pacto Ribbentrop-Molotov; sus padres desaparecen y mueren en
                  los campos estalinianos; la Unión Soviética lo juzga desertor; profesor de la escuela de
                  economía de la Universidad de México, pide licencia y viaja por primera vez a Israel;
                  combate en el Hagannah, el ejército secreto judío pero acaba considerándolo demasiado
                  tibio y se une al grupo terrorista Irgún; participa en múltiples acciones de asesinato,
                  represalias y voladuras de lugares civiles; regresa a México y obtiene la nacionalidad en
                  el 52; a partir de entonces, es encargado  de procurar fondos entre las comunidades
                  judías de la América Latina y después de la guerra del 73 ayuda a fundar el Gush
                  Emonim para oponerse a la devolución de los territorios ocupados...
                  —Puedes publicarlo en los periódicos —interrumpió Bernstein—, instalado de nuevo en
                  su trono de ratán.
                  —¿También puedo publicar que por celos  mandó usted encarcelar y torturar a un
                  profesor palestino, lo obligó a ver a su madre con el coño destruido y se lo devolvió
                  hecho un guiñapo a Sara para vengarse de ella?
                  —No sé cómo te habló Sara después de muerta, pero veo que te habló—dijo Bernstein
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