Page 63 - La Era Del Diamante - Neal Stephenson
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unos momentos lanzó un gruñido de lo más profundo del
pecho, esforzándose por no gritar. Bud miró fascinado la
herida. Era como disparar a la gente en un ractivo.
Exceptuando que la zorra no gritó ni pidió clemencia.
Se limitó a volverse de espaldas, utilizando su cuerpo
para proteger al bebé, y mirar a Bud con calma por
encima del hombro. Bud vio que también tenía una
pequeña cicatriz en la mejilla.
—La próxima vez te saco un ojo —dijo Bud—, y luego
trabajaré en la zorra.
El hombre levantó el brazo bueno para indicar que se
rendía. Se vació los bolsillos de Unidades Monetarias
Universales y se las dio. Y luego Bud se esfumó, porque
los monitores —aeróstatos del tamaño de una almendra
con ojos, oídos y radios— probablemente ya habían
detectado el sonido de la explosión y se estarían
aproximando al área. Pasó uno a su lado mientras
doblaba la esquina, acarreando una corta antena que
reflejaba la luz como una fractura del tamaño de un pelo
en la atmósfera.
Tres días más tarde, Bud andaba por el Aeródromo
buscando presas fáciles, cuando una gran nave llegó de
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