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Larry Niven Un mundo fuera del tiempo
Ella le soltó una mano y le dio de comer. El
menú era el mismo: dos frutas, una raíz
hervida, carne asada. Esta vez dio comida
también al colagato.
La fruta era fresca. La carne parecía un bistec
recién cortado y bien frito. Sin embargo, no
había estado más de un minuto ausente detrás
de la cabecera. Ni siquiera un horno de
microondas podía cocinar tan rápido, al menos
en 1970. Aquello siguió dándole vueltas a la
cabeza.
Y tenía que ir al baño.
La vieja se mostró irritante, terriblemente lenta
en entender. Corbell se dio cuenta de que había
comprendido cuando ella comenzó a pasearse
por la habitación, ceñuda y pensativa, como si
estudiara la posibilidad de dejar que se hiciera
sus necesidades encima. Al fin le liberó; en
primer término (desde atrás de la cabecera) las
muñecas; después, los pies. Al fin se retiró hacia
atrás, apuntándole con el bastón, mientras él se
dirigía a la puerta del centro.
Sólo al fin, oculto a su mirada por la puerta,
dejó escapar un tembloroso suspiro. No
intentaría escapar. No esa vez, al menos.
Ignoraba demasiadas cosas. No estaba en
condiciones de afrontar el bastón.
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