crujidos. Al final Anders dejó de gritar, pero Goss
siguió doblando.
—No sé, Subby —dijo por fin.
Se secó las manos en el abrigo de Anders. Miró
de reojo su obra.
—Tengo que practicar más, Subby —dijo—. No
se parece tanto a un loto como me hubiera
gustado.
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