Page 221 - Arcana Mundi - Elizabeth Bear
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volvió a tocarle el zarcillo dos veces —«pronto»— y sintió
cómo ella se contraía. Por el rabillo del ojo vio que Mangosta
brillaba con un naranja hambriento. Estaba experimentando
con rosetas de jaguar —habían tenido largas discusiones
sobre jaguares y tigres después de su lectura nocturna de
Winnie de Pooh en la Manfred von Richthofen, porque
Mangosta había querido saber lo que eran un jagular y un
tigle—. Irizarry ya le había hablado de las mangostas y le
había leído Alicia en el país de las maravillas para que supiera
lo que es un gato de cheshire. Dos días más tarde —lo
recordaba vívidamente aún— Mangosta había desaparecido
muy despacio, empezando por las puntas de los largos
bucles de su cola y de sus zarcillos y terminando por el
conjunto de sus cristalinos dientes afilados como agujas. Y
entonces había vuelto a entrar en fase, toda entusiasmada de
rosa y aguamarina, casi dando botes, y él la había felicitado,
acariciado y se había recordado a sí mismo que era mejor no
verla como un gato. O como una mangosta.
Mangosta había comprendido enseguida la diferencia
entre jaguares y jagulares y con la misma presteza había
decidido que ella era un jagular; Irizarry estuvo a punto de
ponerse a discutir, pero se lo pensó mejor. Ella era, después
de todo, una «muy buena saltadora». Y nadie nunca la había
visto acercarse a no ser que ella lo quisiera.

