Page 34 - Arcana Mundi - Elizabeth Bear
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pronto. —Metió otra cuenta en la cadena, cerró el eslabón y
endureció el metal con su manipulador de precisión.
—Pero tú no puedes salir de la playa. No puedes escalar.
Con aire distraído, Belvedere cogió un collar, el de
Rodale, y lo estiró entre sus manos de forma que las cuentas
atraparon la luz. Los eslabones tintinearon con suavidad.
Belvedere permaneció sentado con ella mientras el sol
descendía y ella volvía a moverse con más lentitud.
Calcedonia ya trabajaba casi en exclusiva gracias a la energía
solar. Con la llegada de la noche, se quedaría estática de
nuevo. Cuando llegaran las tormentas las olas romperían
sobre ella y después ni siquiera el sol podría despertarla de
nuevo.
—Tienes que irte —sentenció Calcedonia, con las pinzas
inmóviles sobre la cadena casi terminada. Y entonces mintió
y dijo—: No te quiero aquí.
—¿Este pa quién es? —preguntó él. Abajo, en la playa,
el cachorro levantó la cabeza y gimió.
—Garner —respondió, y entonces le habló de Garner, de
Antony y de Jávez, de Rodríguez y de Patterson, de White y
de Wosczyna, hasta que ya estaba tan oscuro que le fallaron
la voz y la visión.

