Page 37 - Arcana Mundi - Elizabeth Bear
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recorriendo la playa de arriba abajo mientas el tiempo se iba
haciendo más frío. Calcedonia dormía cada vez más tiempo,
cada vez más profundamente; el bajo ángulo del sol no
calentaba lo bastante para despertarla salvo a mediodía.
Llegaron las tormentas y como el oleaje rompía en la roca
truncada, el agua salada le iba volviendo rígidas las junturas
aunque sin corroerle el procesador. Aún. Ya no se movía y
rara vez hablaba, incluso durante el día, y Belvedere y el
cachorro usaban su coraza y la roca para resguardarse, de
modo que el humo de los fuegos empezó a oscurecerle la
tripa.
Calcedonia estaba acumulando energía.
A mitad de noviembre logró la suficiente, así que esperó
y habló con Belvedere cuando regresó con el cachorro de sus
vagabundeos.
—Tienes que irte —le dijo, y en cuanto él abrió la boca
para protestar, añadió—: Ya es hora de que hagas como un
caballero andante.
El chico se llevó la mano al collar de Patterson, que
llevaba al cuello enrollado en dos vueltas, debajo del
andrajoso abrigo. Belvedere le había devuelto los otros, pero
ese había sido un regalo.

