Page 31 - Arcana Mundi - Elizabeth Bear
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Algo estaba llorando cuando se despertó. «Bebé»,
determinó, pero la mancha de calor entre los brazos de
Belvedere no era un bebé. Era un perro, un cachorro, un
pastor alemán como los que habían formado equipo con los
adiestradores que alguna vez habían trabajado en la
Compañía L. Los perros nunca se habían sentido incómodos
en presencia de Calcedonia, pero algunos de los
adiestradores sí que le tenían miedo, aunque no lo
admitieran. Una vez la sargento Patterson le había dicho a
uno: «Pero si Calce no es más que una enorme perra de
presa» y después, con mucho teatro, había rascado a
Calcedonia por detrás de las miras telescópicas para
tremenda risa de todos.
El cachorro estaba herido. Las heridas derramaban calor
por toda la pata trasera.
—Hola, Belvedere —dijo Calcedonia.
—He encontrado un cachorro. —Aplanó la arrugada
alfombra con el pie para poner al perro en ella.
—¿Vas a comértelo?
—¡Calcedonia! —exclamó él con brusquedad, y rodeó al
animal entre sus brazos con un gesto protector—. Está
herido.

