Page 42 - Arcana Mundi - Elizabeth Bear
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Las rocas vivientes eran mansas, imperturbables,
indiferentes a la vida humana, aunque a veces se producían
pérdidas entre los pastores de taludes cuando estos molían
sus vastas e inertes cargas, en parte o en su totalidad, encima
de sus cuidadores. Eran pacíficos, no obstante, mientras
pastaban la piedra y sus cuidadores a menudo se reclinaban
contra sus rugosos costados para disfrutar de las relajantes
vibraciones que producían sus mollejas al moler, pues
estaban hechas de las piedras más duras. Y eso quiere decir
carborundos —rubís y zafiros— y a veces diamantes,
pulidos por el continuo desgaste hasta que alcanzaban el
lustre de las joyas pulimentadas o de los cantos rodados.
Naturalmente era preciso sacrificar al talud para extraer
esas piedras, así que se hacía solo con los taludes de granja.
O en tiempos de penurias económicas o de gastos
imprevistos. O para pagar el diezmo al Gran Kan, el kan de
kanes, larga vida tenga, quien había conquistado la
provincia de Nilufer y asesinado a su padre y a su hermano
cuando ella aún estaba en el vientre de su madre.
Antes del Gran Kan no había habido paz. Ahora las
provincias en guerra ya no podían combatir más y los
bandidos no eran libres de revolver entre los botines
conquistados como cuervos de batalla. Bajo la paz del
kanato y la protección de los imperios del Gran Kan los

