Page 41 - Arcana Mundi - Elizabeth Bear
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         montañas junto a las que había crecido, su fría reserva y sus

         burlonas  miradas  de  ojos  entornados  las  almenas  de  una


         virginidad glacial.



                Su  provincia  comprendía  estribaciones  y  también

         aquellas montañas, llamadas Estelas del Cielo. Y aunque las

         tierras  de  labranza  no  se  caracterizaban  por  el  verdor

         natural,  eran  ricas  en  minerales.  En  las  elevaciones


         moderadas las antiguas terrazas en pendiente habían sido

         convertidas  en  cenagosos  arrozales  de  muros  bajos  que

         estaban aquí y allá salpicados por infelices bueyes. En esas


         tierras se afanaban las mujeres, dobladas bajo sus sombreros

         de  paja,  impasibles  ante  la  vegetación  fermentada  y  las

         viscosas sanguijuelas que se les pegaban en sus nervudos

         gemelos. Más arriba los campos daban paso a pedregosas


         pendientes. Y en lo más profundo de las escarpadas y altas

         montañas se abrían las alimenticias bocas de las minas.



                Dichas  minas  no  las  trabajaban  los  humanos;  los

         mineros eran taludes, enormes rocas vivientes con grandes


         bocas capaces de moler las piedras. Los taludes consumían

         por igual minerales, rocas plutónicas y metamórficas (por lo

         general hallaban las areniscas, pizarras, esquistos y lutitas

         faltas de sabor y nutrientes, pero las roían de todos modos


         para  tener  más  alimento)  y  excretaban  arena  y  lingotes

         irregulares de metal refinado.
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