Page 112 - El Jardin De Las Delicias - Ian Watson
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ciendo  ventosas  de  las  plantas  de  sus  pies,  Sean

               continuó el ascenso, aunque con más precaución.

                      —¡Knossos!—gritó—. Detente, ¡maldita sea!


                      La  cara  volvió  a  mirar  hacia  abajo.  Esta  vez

               Knossos habló, aunque burlonamente, al parecer.

                      —Si llegas a tiempo arriba, te llevo conmigo.


                      Las  paredes  veteadas  de  azul  mudaban  gra‐

               dualmente a un tuno rosa oscuro. A Sean le dolían

               los pies. ¿Cuántos escalones? O no. No ya escalo‐


               nes, que eso era antes, mucho más abajo. «Cientos

               de miles de espermatozoos, cada uno de ellos con


               vida»,  pensó,  furioso.  Mezclados  en  los  tubos  de

               ensayo de Dios y diseminados por todo el país. Le

               obsesionaba la visión de una catarata de líquido le‐


               choso, salado, con olor a almizcle, originada en las

               profundidades de aquella torre (y en los tubos que


               estaban debajo de ella), y que la transformaría en

               una fuente viscosa, cuyo chorro le expulsaría tam‐

               bién a él, y le proyectaría en el aire, hasta que se es‐


               trellara en el suelo tan muerto como aquel volatine‐

               ro. Es un falo, pensó, y yo estoy trepando por den‐

               tro de él. Como el espermatozoide que fui alguna


               vez. ¡Regreso a mis orígenes! Éste es el tallo tumes‐

               cente. Más arriba está el glande rosado, y la abertu‐

               ra que tiene es el meato. ¡Esto es más que el trauma


               del nacimiento! ¡Es el trauma de la concepción!...




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