Page 107 - El Jardin De Las Delicias - Ian Watson
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graznó, pero Knossos no dijo palabra..., a no ser
que el ave hubiese hablado por él. La cara del
hombre se retiró y desapareció.
—¡Maldita sea! —exclamó Sean—. Pues bien, si
está ahí arriba no puede marcharse.
—Puede bajar a través de las cuevas —dijo Mu‐
thoni—. Iba vestido, ¿no? Las zarzas no le supon‐
drán ningún obstáculo.
—Bien pensado. Denise, tú vuelve por donde
hemos venido. Tú, Muthoni, sitúate al otro lado
para cerrarle la salida. Tú, Jerónimo, quédate aquí
por si usara uno de los tubos para bajar. Yo voy a
subir. Le encontraré.
Muthoni y Denise corrieron hacia direcciones
opuestas de la cueva, según las instrucciones, y
Sean se agazapó para entrar en el tubo. Las palmas
de las manos y las rodillas se adherían al vidrio con
la suficiente eficacia (si realmente era vidrio, cosa
que Sean dudaba mucho), y podía apuntalarse con
la espalda contra la pared superior del tubo. Hecho
esto, adelantó una mano, luego una rodilla, y em‐
pezó a avanzar mediante la repetición del proce‐
dimiento. Una y otra vez. La postura del cuello, pa‐
ra mirar adelante, era forzada y dolo‐rosa; mirar
hacia abajo te producía vértigo, y además le colga‐
ban los testículos de una manera ridícula, como si
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