Page 113 - El Jardin De Las Delicias - Ian Watson
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Sus sensaciones, en cambio, estaban muy lejos

               de cualquier orgasmo; sus piernas y sus lomos no

               cantaban ningún himno de alegría, y aún le dolía el


               picotazo de la garza en el muslo.

                      La urraca, el ave familiar de Knossos, salió vo‐

               lando por el meato y se alzó en el cielo. Los rayos


               de luz se eclipsaron momentáneamente cuando el

               hombre vestido se izó por la abertura de aquel in‐

               menso  pene  mineral  y  se  quedó  en  jarras,  de  pie


               sobre el abultado glande.

                      ¿Qué habría querido decir Knossos con aquello


               de  llevarle  consigo?  No  le  quedaba  ningún  lugar

               adonde ir..., a no ser que se refiriese al salto hacia la

               muerte.


                      El glande rosado de la torre se hada cada vez

               más translúcido. A medida que subía, Sean empe‐


               zaba a distinguir nubes rosadas en un cielo rosado.

               Aunque por fuera pareciese de roca maciza (al fin y

               al  cabo,  uno  tampoco  puede  ver  el  interior  de  su


               propio  cuerpo),  era  un  órgano  interno  que  podía

               «ver» fuera del cuerpo, aunque fuese vagamente.

                      —¡Pégale un puntapié a ese Knossos! —jadeó.


                      Fuera,  una  silueta  indefinida,  a  la  que  presta‐

               ban su tinte rojizo las delgadas paredes de la torre,

               se acercaba a ésta flotando en el aire. Él se detuvo a


               mirar, con la nariz aplastada contra la pared. ¿Un

               tiburón  volador?  En  todo  caso,  se  trataba  de  algo

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