Page 255 - El Jardin De Las Delicias - Ian Watson
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Se preguntaba si no sería mejor cubrirse con las
manos, pero ¿para qué?, en presencia de quien ha‐
bía moldeado sus pechos y sus muslos.
—Yo soy Él —replicó Él con tranquilidad, y
continuó su camino, hasta desaparecer en la espe‐
sura.
Así pues, yo soy Eva, pensó ella. Pero ¿dónde
está Adán? Miró a su alrededor.
El sol estaba en las diez de la mañana. Aquél
era un jardín paradisíaco de césped, de bosqueci‐
llos y lagos, quizá más hermoso aún que el Jardín
de las Delicias, pero en una fónica más serena, de
pacíficos tonos pastel en vez de los pigmentos bri‐
llantes de éste. Todas las cosas estaban además en
proporción; Denise no veía allí ni pájaros gigantes
ni bayas descomunales..., al menos de momento.
Aquel sol benigno quizás acababa de dispersar la
niebla matutina..., aunque también se podía pensar
que aquello no había vanado en mucho tiempo. Era
un verdor refrescante, no lujuriante. Se preguntó si
allí las criaturas copulaban o simplemente juga‐
ban... No: en el aire flotaban aromas de fecundidad.
Olía a criaturas nuevas, a nueva vida. Aspiró el ai‐
re, lleno de fragancias de lechosidad verde, como si
la hierba, al pisarla, no derramase savia sino leche
recién ordeñada. Y lo mismo el lago, más allá de
los árboles, vertía efluvios, no de copulación sino
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