Page 48 - El Jardin De Las Delicias - Ian Watson
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Una urraca descendió entonces sobre ellos y
fue a posarse en lo más alto de la rampa de acceso.
Torció la cabeza corno si escuchara la conversación,
luego meneó la cola con impertinencia y, sin mira‐
mientos, se cagó sobre el metal brillante. Jerónimo
la contempló unos instantes y se puso a otear las
lindes del prado con aire de desconfianza.
—Al principio, este planeta no pudo estar así
—aseveró Paavo.
—¿Al principio? Aquí siempre estamos en el
principio. En los comienzos, en nuestros nuevos
comienzos. Por supuesto que era así cuando aterri‐
zamos..., al menos en lo que se refiere al paisaje.
Los pájaros y las alimañas y los peces vinieron
después. Salieron de los estanques y de las cuevas,
de las conchas y de las torres de piedra. Natural‐
mente, los tomaron de nuestros depósitos de óvu‐
los. Si he de serle sincero, no se cuánto tardaron en
criar, pero no creo que fuese mucho. Este planeta
es más bien pequeño, y además no gira sobre sí
mismo, ¿saben?
—Ya lo habíamos notado —dijo Austin.
—No tiene ni la atmósfera ni la gravedad que
le corresponden.
—También lo sabemos. Así que ese Dios se de‐
dicó a terraformar para ustedes un planeta inade‐
cuado... ¿En cuestión de horas? —Austin se enjugó
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