Page 54 - El Jardin De Las Delicias - Ian Watson
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balearse.  El  pájaro  se  elevó  dando  círculos  hasta

               posarse en la punta de la nave; desde abajo apenas

               se veía una manchita negra. Meneó la cola y, antes


               de  volver  a  remontar  el  vuelo  y  alejarse,  se  cagó

               otra vez.

                      Sean comunicó a los demás lo que había oído


               resonar en las cavidades de su cráneo.

                      —¡Maldito sea! —exclamó Austin.

                      —En  cierto  sentido  —asintió  Jerónimo,  afa‐


               ble—. Ser maldito es uno de los caminos que llevan

               a  Dios.  En  realidad  será  mejor  que  se  vayan.  Ya


               tiene Dios otro pescado en la sartén.

                      El  lenguado,  que  andaba  a  saltos  en  diagonal

               por el prado, al escuchar estas palabras alzó la ca‐


               beza y lanzó un estornudo como de reproche. Todo

               su cuerpo se estremeció de manera que, por un ins‐


               tante, pareció flotar en el aire antes de volver a caer

               sobre la hierba.

                      —Si  Dios  está  allá,  hacia  el  oeste,  en  el  Edén,


               ¿podremos  llegar  andando?  ¡Se  tardaría  bastantes

               meses terrestres! —dijo Austin, haciendo crujir con

               rabia  los  huesos  de  los  dedos,  como  si  pasara  la


               cuenta de las semanas en un ábaco de madera.

                      —Hay un valle entre el Jardín y el Edén. No es

               un valle como los vuestros..., tiene muchos kilóme‐


               tros  de  anchura  y  de  profundidad.  Abajo  hay  un




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