Page 58 - El Jardin De Las Delicias - Ian Watson
P. 58

Pero  Loquela  ya  se  había  desprendido  del  re‐

               calcitrante Austin. Señaló a los tres jinetes que ha‐

               bían hecho alto junto a la nave y ahora se apeaban


               para  acostar,  con  precaución,  la  gran  carpa  sobre

               un  lado  para  que  pudiera  admirarla  o  extrañarse

               ante ella. Los tres jóvenes se acercaron, sonrientes,


               para  contemplar  a  los  recién  llegados.  No  dijeron

               nada,  sino  que  permanecieron  allí,  de  pie,  como

               tres escuderos desnudos.


                      Tenían el cabello de un uniforme color castaño

               claro, y sus cuerpos lucían un bronceado casi dora‐


               do: monedas de oro pulido en contraste con el es‐

               plendor  marfileño  de  Loquela.  Tenían  estrechas

               caderas y músculos que parecían más decorativos


               que  útiles...,  aunque  dotados  de  fuerza  suficiente

               como para transportar aquella carpa, que no debía


               de pesar poco. Sean observó que dos de ellos esta‐

               ban  circuncidados,  pero  el  otro  no;  por  lo  visto

               Dios no era demasiado exigente en ese punto.


                      —Hola —dijo—. Soy Sean.

                      Uno de los jóvenes hizo una inclinación de ca‐

               beza.


                      —Yo  soy  Dimple.  Éste  es  Dapple.  Y  aquél  es

               Dawdle.

                      —¿Son esos vuestros nombres?


                      —¡Ah,  no!  —rió  el  joven‐—.  Son  los  nombres

               de  nuestras  monturas.  Nosotros  todavía  no  tene‐

                                                            58
   53   54   55   56   57   58   59   60   61   62   63