Page 95 - El Jardin De Las Delicias - Ian Watson
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adivinaste, muchacho. Y mucho antes de lo que me
figuraba. Sí, es alquimia.
Sean arrancó otro manojo de cerezas de una
rama que estaba en flor y en sazón a la vez. Chupó
la pulpa y escupió los huesos bien lejos, al tiempo
que se preguntaba qué árboles nuevos nacerían, a
su debido tiempo, de aquella semilla, invadiendo el
verde lujuriante del prado. ¿O no? Prado y huerto
eran bastante distintos. Donde el uno terminaba,
empezaba el otro..., justamente allí.
—¿Alquimia? —preguntó Muthoni—. ¿Te re‐
fieres a eso de transmutar el plomo en oro y todas
esas cosas?
—¿O transmutar a las personas? —preguntó
Denise, con los ojos brillantes; ella se sentía ya el
cabello hecho de hilos de oro—. ¿Y las plantas y los
animales también?
—¡Exacto! —asintió Sean—. En el fondo es eso
de lo que trata la alquimia. De la búsqueda del ser
humano perfecto..., o de un ser superior evolucio‐
nado a partir de cualquier especie, supongo. La fa‐
bricación del oro sólo era un escaparate..., aunque
ocurrió que las retortas y los alambiques y los mé‐
todos de destilación de los alquimistas dieron lugar
a la química «auténtica», de modo que el verdade‐
ro sentido oculto de lo que los alquimistas llama‐
ban «La Obra», el Opus, el... —prosiguió con una
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