Page 160 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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fácil, ni tampoco me fue posible hacerlo de golpe. Me
decidí a rebajar gradualmente la dosis.
Mientras me bebía el té y me comía a cucharadas
una mermelada de cerezas, estudié mis dos nuevos
libros. Busqué respuestas a las preguntas sobre el auto
de fe que por aquel entonces me corroían.
Durante una de esas noches tranquilas hice un
descubrimiento que me angustió: en el índice analítico
del libro de Yagoniel había dos entradas dedicadas a
fray Diego de Landa. Al hojear por primera vez el libro,
me había fijado tan sólo en el capítulo en el que se
citaba en persona al obispo de Yucatán. La otra entrada,
sin embargo, me enviaba a una parte totalmente
distinta. Al abrir la correspondiente página, no pude
creer lo que veían mis propios ojos. Se trataba de una
página en papel cuché, casi como papel de tinta,
cubierta por el finísimo velo de una hoja traslúcida de
color lechoso. Tal era el respeto con el que los editores
de las enciclopedias soviéticas de los años cincuenta
solían presentar las ilustraciones más importantes.
Aparté con gran cuidado la hoja protectora y miré: fray
Diego de Landa, en persona, me miraba a los ojos.
Aparté el libro lejos de mí, como si me hubiera
quemado.
Por supuesto que la presencia de ilustraciones en
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