Page 163 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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pocas reproducciones de mala calidad de las obras del
pintor español, y éstas inflamaron mi fantasía.
Recuerdo que tomé la decisión de viajar a España a
toda costa para ver de cerca esos cuadros. Y que, como
de costumbre, no sólo no cumplí mis propósitos, sino
que finalmente me olvidé del nombre del maestro.
Sin embargo, la visión del retrato de fray Diego de
Landa me recordó al instante aquella historia. No
quiero decir que ese cuadro procediera de la mano del
mismo pintor demoníaco, pero sí parecía que
igualmente lo habitaran potencias mágicas.
Indudablemente, el artista había tenido éxito con su
retrato del monje. Tenía tal apariencia de vida que por
un momento lamenté que mi pereza no me hubiera
permitido aprender el español con mayor profundidad:
si el retrato del guardián de Izamal me hubiese
hablado, a duras penas habría podido responderle una
frase inteligible.
Por lo que respecta al estilo, la pintura se atenía a
las convenciones clásicas. Piénsese, por ejemplo, en los
cuadros de un Velázquez. En sus retratos, las únicas
manchas de luz se encuentran en los rostros pálidos,
cerúleos, así como en los cuellos de puntillas, mientras
que el resto del lienzo suele estar envuelto en la
oscuridad. Los rostros no tienen expresión ni
manifiestan pasiones, como si se tratara de máscaras
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