Page 281 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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convencido de que mi cerebro aún funcionaba, a pesar
de todas las pruebas que había tenido que soportar
durante las últimas semanas.
Tenía bastantes pruebas de ello: la fiebre de los
pantanos me había costado media caja de
medicamentos y me había dejado para el arrastre.
Había palpado con mis propias manos el precinto de la
Brigada Criminal que me había impedido el acceso a la
agencia de traducción tras la muerte de Semyonov.
(¿Los de la policía eran tan ingenuos como para creer
de verdad que su ridícula tira de papel cerraría de
nuevo la puerta del infierno maya que —seguramente
por culpa mía— se había abierto?) Lo último: la
advertencia que me habían dejado en la puerta. Una
tremenda caricatura de la rosa que Lao‐Tsé robó de su
propio sueño y que tanto veneraba Borges. Constituía
una prueba inequívoca de que los demonios de la
tradición maya habían penetrado en mi mundo. No era
el único que había visto las palabras escritas en la
puerta, y mi vecina no podía sufrir fantasías
paranoicas... tenía una psique inamovible, forjada en los
tiempos de la Unión Soviética.
Di vueltas a estos argumentos hasta, por lo menos,
convencerme a mí mismo de mi propia normalidad. Y,
sin embargo, no confiaba en ella lo suficiente como para
salir del piso y mirar si la pintada aún era visible en la
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