Page 282 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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puerta.
Pero sí anduve hasta la entrada, palpé todos los
cerrojos y, para quedarme más tranquilo, probé el
picaporte. Luego apoyé el oído contra el frío
revestimiento de falso cuero y escuché con atención el
traqueteo del viejo ascensor que ascendía
fatigosamente. Examiné todas las ventanas y me
aseguré, incluso, de que los pequeños conductos de
ventilación del techo estuvieran cerrados, y encendí
todas las luces. Sólo entonces empecé a sentirme más
seguro.
Mi edificio era de los tiempos de Stalin y sus
paredes no eran menos gruesas que las murallas del
monasterio de Maní, y la puerta de hierro, por la que
había pagado los ingresos de dos meses, habría
aguantado la embestida de un ariete.
Sin embargo, Juan Nachi Cocom parecía confiar
mucho más en la cruz del monasterio del Arcángel
Miguel que en la guarnición de Maní con toda su
caballería, sus cañones y arcabuces. Las fuerzas contra
las que tendría que defender mi propia fortaleza no se
acobardaban frente al acero ni el plomo, por no hablar
de la deslustrada cubertería de plata ni de los cuchillos
alemanes que guardaba en el cajón de la cocina.
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