Page 289 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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ventanas, sopló contra ellos, como el viento contra el
velamen de una carabela española, y provocó
aparatosas vibraciones. Tuve la sensación de verme
atrapado en una onda expansiva: los tímpanos
empezaron a escocerme, mis oídos ensordecieron, y
tuve que abrir la boca como en un bombardeo, o como
cuando un avión se eleva a los cielos. Por fin, el sonido
alcanzó el espectro audible, se volvió cada vez más
fuerte, me inundó el cerebro, mi piso, mi patio y la
ciudad entera. Había empezado con un horrendo
chillido para transformarse luego en un bajo
amenazador y profundo. El sonido era como el remedo
—y sin duda más vivaz— de una sirena de alarma
contra bombardeos. La pesadilla debió de durar por lo
menos dos minutos. El diablo conocerá el aspecto de la
criatura cuyos pulmones y laringe podían soportar algo
semejante.
Me senté frente a la ventana y traté de mirar hacia
abajo pero, por mucho que apretase la cara contra el
cristal y forzara los ojos, tan sólo alcanzaba a distinguir
el extremo del pequeño tejado de cinc que cubría la
entrada.
Emocionado y confuso, contemplé el Moscú
vespertino. Después del grito se hizo un silencio de
cementerio, como si los hombres y mujeres que vivían
en un radio de varios kilómetros hubieran enmudecido
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