Page 293 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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presentes en todas las crisis del mundo con el pretexto
de ejercer la caridad, se habían dividido entre América
Latina, Próximo Oriente, el Caribe e Indonesia. Europa
estaba absorbida por su déficit y la crisis económica
estructural, y Wall Street había roto ya todas las huchas
que le quedaban para rescatar a la Casa Blanca de su
última y más vistosa aventura militar.
Pero probablemente no había habido menos
catástrofes en el año anterior. La única diferencia
consistía en que yo no les había prestado tanta atención,
o no había escuchado tanto la radio.
Bajé el volumen del receptor y escuché. Fuera
reinaba todavía el silencio. Saqué la tabla de cocina,
corté un par de patatas grandes en trochos, contuve el
aliento para hacer lo mismo con una cebolla, encendí el
fogón bajo una sartén de hierro tan oxidada como un
tanque británico en El Alamein y le eché una cucharilla
de pálido aceite de girasol. Mientras las patatas aún
siseaban, soltaba una y otra vez la pala de servir. Presa
de la desconfianza, andaba a hurtadillas hasta la puerta
y echaba una ojeada por la mirilla, o pegaba la cara a la
ventana, o la abría brevemente y asomaba la oreja a la
gélida corriente de aire por si oía un eco del satánico
grito.
Las patatas habían aprovechado la oportunidad y
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