Page 294 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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se habían quemado, mientras que los trocitos de
cebolla, por descuido mío, se habían quedado encima
de las patatas y aún no estaban hechos. Con todo, bañé
la indigesta masa en un té frío y azucarado en exceso.
En otras circunstancias me habría declarado incapaz de
probar aquello, y me supo igual que debió de saberles a
los españoles la carne de bestias y aves silvestres que
los hospitalarios y confiados mayas les ofrecieron a su
llegada a Yucatán, al cabo de varios meses de agua
salobre y galletas rancias y sucias de mierda de rata.
Durante los últimos días me había alimentado casi
exclusivamente con tostadas, pero había llegado un
momento en el que ya no soportaba ni el revenido
queso de Kostroma ni el pan de centeno levemente
enmohecido. Bajo el lavadero —démosle gracias por
ello a la Santa Virgen María— había encontrado una
bolsa de cebollas resecas y patatas germinadas. Limpié
las migajas que habían quedado sobre la mesa y me
propuse salir a la mañana siguiente a la tienda más
cercana y comprar alimentos: provisiones para, por lo
menos, una semana. ¡No sabía cuándo se presentaría de
nuevo la ocasión de salir a comprar!
Al cabo de breves vacilaciones, me llevé a la cocina
las páginas de la crónica, la máquina de escribir y los
diccionarios. Me preparé un té, puse una hoja en blanco
en la Olympia, arrastré el carro hasta la derecha y
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