Page 92 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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si no nos habían seguido por los pantanos no debía de ser
porque nos temieran a nosotros, sino a alguna otra cosa que
se ocultaba en los pantanos.
Que en cierto lugar el sendero se estrechó de tal modo
que los hombres podían pasar tan sólo de uno en uno, y que
por ello avanzamos en hilera. Que a ambos lados del sendero
había tierras cenagosas, de color oscuro, cuyo fondo no
alcanzábamos a ver. Que uno de los soldados, Isidro Murga,
perdió el equilibrio y empezó a hundirse, y llamó para pedir
socorro, y que otro, de nombre Luis Alberto Rivas, se puso a
su lado para darle la mano y sacarlo de allí. Que ambos
murieron en el cieno, y los otros que estaban con ellos nos
explicaron que algo había agarrado por las piernas al primero
y había tirado de él hacia abajo cuando ya casi había salido, y
que la criatura que lo había agarrado no relajó en ningún
momento la fuerza con que lo asía y había arrastrado con él a
su salvador, y que ambos habían desaparecido de la vista de
los demás y no se les había vuelto a ver. Que nuestros guías
nos exhortaron a alejarnos de aquel lugar terrible a fin de
evitar nuevas víctimas.
Que el peligroso sendero era largo y a la hora del
crepúsculo aún no habíamos llegado a tierra seca. Que ordené
a los soldados que dijeran su nombre en voz alta para que no
se perdiera nadie, y que cada uno de ellos tuviera buen
cuidado de que el siguiente permaneciese en la hilera. Y que
esta práctica de decir el propio nombre se repitió con
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