Page 96 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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recuerdo de sus compañeros como guerrero valiente,
como lo que tiene que ser un soldado. Nada que ver con
ahogarse en aquel caldo viscoso y encenagado, para
que luego, en el fondo del libro, alguna bestia devorara
el cadáver.
Ahora el aire empieza a zumbar de manera
desagradable, movido por millones de alas menudas.
Gruesas nubes de moscas y mosquitos de los pantanos
revolotean en torno a la hoguera, se pegan a las
lámparas de los centinelas, se meten por la nariz, los
ojos, las orejas, la boca. Para librarse de ellas hay que
espantarlas continuamente con las manos, y eso no aleja
a las pequeñas chupadoras de sangre, sólo les impide
posarse sobre la piel. Es imposible concentrarse... esos
animalillos enloquecen a los hombres. La furia se
acumula en su fuero interno, presta a estallar contra el
primero que se presente, y tanto da que sea amigo o
enemigo.
Únicamente gozan de cierta tranquilidad los que no
han tenido ningún reparo en untarse el cuerpo con esa
invención de los indios que apesta a mierda de gato;
por ello no les importa haber tenido que soportar las
burlas de sus atribulados compañeros. El hedor acabará
por desaparecer, pero no olvidarán jamás esa marcha
por los cenagales...
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