Page 94 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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estorbaron en nuestro breve sueño. Que las pequeñas moscas
nos picaban a través de la tela de nuestros vestidos y que no
había manera de evitarlas. Que los dos guías se untaron el
cuerpo con un ungüento que uno de los dos había preparado,
semejante en color y aroma al excremento de un gato, y que
nos lo ofrecieron a los demás, pero tan sólo lo empleamos yo
mismo, fray Joaquín y unos pocos soldados, y los demás se
negaron.
Que quienes lo aceptaron salvaron con ello la salud y la
vida.
Me sequé el sudor de la frente y extendí
dificultosamente los dedos, que se habían quedado
agarrotados sobre la hoja de papel. Abrí y cerré varias
veces la mano hasta que la sangre volvió a fluir con
normalidad. Había llegado al tercer capítulo del juego
«Viaje a Yucatán», y esta vez mis sensaciones eran tan
creíbles como si de verdad hubiese marchado en hilera
con los españoles por la selva virgen, tanteando el suelo
bajo la fina capa de cieno con un flexible bastón de
rama de árbol del chicle.
Sin dificultad alguna me imaginé las emociones de
los centinelas nocturnos que escudriñaban la espesura
sentados en torno a la hoguera. La vegetación,
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